«Proteger en exceso a los hijos puede convertirse en una forma sutil de privarles de las herramientas necesarias para enfrentar el mundo».
La sobreprotección se ha vuelto un problema común en la crianza contemporánea. Este enfoque, donde los padres intentan evitar que sus hijos experimenten frustración o sufrimiento, resulta en una educación excesivamente controladora. Al privar a los niños de enfrentarse a desafíos y errores, se les impide desarrollar habilidades y recursos necesarios para la vida. Este comportamiento, aunque nace del deseo de cuidar, puede tener consecuencias negativas a largo plazo, dejando a los niños menos preparados, menos seguros de sí mismos y, en consecuencia ser menos felices.
En definitiva, este modelo de crianza es considerado como un estilo educativo con en el que los padres pretenden evitar la frustración y el sufrimiento de sus hijos, teniéndoles dentro de una burbuja y actuando de la siguiente manera:
Les impiden desarrollar recursos y estrategias que les serán necesarias en el futuro.
Los niños aprenden de los errores, de los conflictos y los problemas. Muchas veces los padres al no querer verles sufrir y enfrentarse a los fracasos, se anticipan a sus deseos y no les dejan resolver los conflictos por sí mismo.
Satisfacen las necesidades de sus hijos de manera excesiva.
El niño necesita sentirse querido y cuidado pero hacerlo de una manera extrema puede perjudicar más que beneficiar. No se puede mantener al niño tan protegido de tal manera que se convierta en el centro de todas las atenciones y se le oculten los peligros.
No dejan que le los niños hagan las cosas para las que ya están preparados.
Las prisas, el deseo de que los niños disfruten de su infancia, el afán de perfeccionismo son factores que llevan a los padres a anticiparse en la satisfacción de las necesidades de sus hijos y a evitarles cualquier contratiempo. Por ello, las hacen antes que dejarles a ellos mismo. Por ejemplo, los adultos no dejan comer solo al niño porque hay prisa para que acabe o el adulto no quiere que se manche. Son conductas que impiden al niño alcanzar la autonomía.
Otras veces la razón es porque hay padres que desconocen lo que se le puede exigir al niño y fomentan conductas más infantiles de lo que le corresponde por su edad
El problema viene cuando los padres no pueden mantener la burbuja de protección en la que introducen a sus hijos, y cuando la burbuja estalla, se encuentran con niños sin recursos, sin habilidades, menos seguros y no tan felices como se pretendía.
Consecuencias de la sobreprotección
Lejos de ayudarle a crecer y evolucionar de una manera óptima si se sobreprotege al niño conseguiremos:
1.- Un escaso desarrollo de sus habilidades como vestirse, comer etc. Y adoptará una conducta de pasividad y dependencia.
2.- Que los niños no aprendan los recursos necesarios para valerse por sí mismos.
3.- Carezcan de la motivación y autodisciplina suficientes para conseguir objetivos en el futuro.
4.- No aprenderán la tolerancia a la frustración.
5.- Los niños serán menos competentes en lo emocional. Es más probable que sean víctimas de acoso y a la larga serán menos felices.
Como evitar la sobreprotección
Está en mano de los padres evitar la sobreprotección y las conductas que esta provoca en los niños. Algunas pautas son las siguientes:
1.- Dejar que se enfrente a las dificultades y que desarrolle habilidades por sí solo.
2.- Favorecer que aprenda a asumir nuevos retos y a pensar por sí solo.
3.- Que realice actividades junto a sus iguales sin presencia continua de sus padres.
4.- No dar todo lo que pida. Así se fomentan valores de esfuerzo y tolerancia a la frustración
5.-Tratar al niño de acuerdo a su edad. Si tiene capacidad de comer o vestirse solo, dejar que lo haga.
6.- Estar a su lado y acompañarle para que resuelva sus problemas pero no hacerlo por él.
Dar cariño, no sobreproteger
Dar besos, abrazos y estar al lado de los hijos no es sobreprotección; es, más bien, una expresión de afecto. Así como escuchar sus preocupaciones, dialogar para encontrar soluciones juntos y educar con cariño, son fundamentales para el desarrollo emocional y moral de los niños.
Amor versus sobreprotección
Es común que los padres confundan el amor con la sobreprotección. Sin embargo, es esencial comprender que el afecto y el cuidado no deben limitarse a mantener a los hijos en una burbuja. Dar muestras de cariño, como besos y abrazos, fortalece el vínculo familiar y proporciona seguridad emocional a los niños. Estar a su lado en momentos difíciles no solo les brinda consuelo, sino que también les enseña a afrontar los desafíos de la vida con valentía.
Comunicación y educación
Una parte fundamental de la crianza amorosa es la comunicación abierta y respetuosa. Hablar con los hijos, escuchar sus preocupaciones y buscar soluciones juntos fomenta la confianza y el desarrollo de habilidades para la resolución de problemas. En lugar de recurrir al castigo, es más constructivo dialogar con los niños, explicarles las razones detrás de ciertas normas y ayudarles a comprender las consecuencias de sus acciones. Esta forma de educar promueve el entendimiento mutuo y fortalece los lazos familiares.
Transmisión de valores
Educar con cariño implica no solo enseñar habilidades prácticas, sino también transmitir valores éticos y morales. Dialogar sobre el respeto, la responsabilidad y la empatía, y modelar estos comportamientos en la vida cotidiana, es esencial para el desarrollo integral de los niños. Explicarles el porqué de ciertas normas y decisiones les ayuda a internalizar estos valores y a tomar decisiones éticas en el futuro.
Conclusión
En conclusión, la educación con cariño es un delicado equilibrio entre el afecto y la orientación hacia el desarrollo autónomo de los hijos. Más allá de la sobreprotección, implica brindar amor, apoyo y guía, al tiempo que se les enseña a enfrentar los desafíos de la vida con valentía y responsabilidad. El diálogo abierto, el respeto mutuo y la transmisión de valores éticos son pilares fundamentales para construir un ambiente familiar amoroso y propicio para el crecimiento y desarrollo integral de los niños. Al adoptar esta perspectiva, los padres no solo fortalecen el vínculo con sus hijos, sino que también los preparan para ser personas autónomas, resilientes y éticamente comprometidas con el mundo que los rodea.