«El temperamento heredado influye en cómo los niños manejan su enfado y frustración».
Cuando hablamos de temperamento o personalidad, debemos considerar tanto la carga genética como el ambiente que nos rodea.
Al llegar un nuevo miembro a la familia, a menudo buscamos parecidos con otros miembros, diciendo cosas como: «tiene los ojos de su madre» o «tiene las orejas de su padre». Sin embargo, la herencia más clara suele ser la del temperamento de alguno de los padres.
El temperamento se debe a procesos del sistema linfático y a la acción endocrina de ciertas hormonas. Este influye en cómo reaccionamos ante diferentes situaciones, nuestra capacidad de adaptación y nuestro estado de ánimo, y está directamente relacionado con el sistema nervioso.
Debido a que este temperamento nos acompaña desde el nacimiento y se manifiesta independientemente del trato y la educación recibidos, podemos extraer dos conclusiones:
1.- Los padres de un niño con un temperamento difícil no deben culparse pensando que lo están haciendo mal.
2.- Lo que funciona para un niño puede no ser efectivo para otro, por lo que es necesario tratarlos de manera distinta.
Pero no todo es herencia y genética
Cuando el niño comienza a interactuar con su entorno, empieza a formar su carácter. La cultura y la educación, influenciadas por el estilo familiar, la escuela y los amigos, serán los componentes que moldearán la base temperamental con la que nació.
De este modo, la forma en que los padres eduquen a su hijo determinará su carácter. Juntos, el temperamento y el carácter construirán lo que llamamos personalidad.
Qué pueden hacer los padres
Si en casa tenemos a un niño que se enfada por todo, es intolerante a la frustración, y muestra comportamientos similares, es probable que se sienta falto de límites, inseguro o con confusión emocional.
El enfado es una de las emociones que más desequilibrio causa en las personas, y como padres, debemos enseñar a nuestros hijos a manejarla. Aunque nacemos con una carga hereditaria del temperamento, los padres debemos usar el ambiente, es decir, nuestra forma de educar, para que aprendan a desenvolverse en su entorno.
Algunos consejos para ayudar a los niños a manejar su enfado:
1.- Normalizar el enfado: Reconocer que el enfado no está ni bien ni mal, es simplemente una expresión de frustración cuando las expectativas no se cumplen. Evitemos decir «no te enfades», «no grites», o «no le pegues». En su lugar, enseñemos que enfadarse es una emoción válida, pero que debe expresarse de una manera que no perjudique a otros ni a uno mismo.
2.- Mantener la firmeza: No dejarnos intimidar por las pataletas, berrinches o enfados. Si los niños sienten que nos intimidan, habrán ganado la batalla. Como padres, debemos ser firmes, no duros. La firmeza implica mantener nuestras decisiones y proceder con el niño, aunque esté en caos. El padre debe mostrar que tiene el control de la situación.
3.- Esperar el momento adecuado: Evitar hablar cuando el niño esté enfadado. Podemos explicarle que hablaremos cuando esté más calmado. Si sigue enfadado, ignorarlo hasta que se calme.
4.- Establecer límites y rutinas: Enseñarles límites claros y establecer rutinas ayuda a proporcionar estructura y seguridad.
5.- Cultivar la empatía: Después de que el niño se calme, ayudarle a reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones mediante preguntas. Esto puede fomentar la empatía y la comprensión de los efectos de su comportamiento.
6.- Fomentar la comunicación: Mantener una comunicación abierta para que los niños se sientan más seguros. Hablar sobre lo que nos enfada y mostrar cómo lo resolvemos puede ser un buen ejemplo. Utilizar preguntas y respuestas para encontrar soluciones amigables y exitosas.
Estos enfoques ayudarán a los niños a manejar mejor sus emociones y a desarrollar habilidades para enfrentar la frustración de manera saludable.